Una de las más recientes certezas que se tienen sobre la biología de los tumores es que en muchas ocasiones evolucionan de forma vertiginosa. Tal capacidad de adaptación, dificulta su tratamiento, ya que no solo les permite esparcirse por el organismo: también les sirve para generar resistencias, como las bacterias hacen frente a los antibióticos.
Por ello, cada vez más investigaciones se dirigen a estudiar estos comportamientos. La última de ellas ha sido presentada en el Congreso Europeo del Cáncer (ECC, por sus siglas en inglés), que se celebra estos días en Viena (Austria). Un encuentro de enfoque multidisciplinar que reúne a cerca de 18.000 profesionales de diferentes ámbitos relacionados con la oncología.
El nuevo trabajo, llevado a cabo por investigadores del Massachusetts General Hospital (MGH), en Boston (EEUU), ha estudiado las características genéticas de casi un centenar de metástasis cerebrales, comparándolas con las de su tumor de origen. ¿Las conclusiones? Aunque comparten un ancestro común, las metástasis evolucionan de forma independiente.
“Las metástasis cerebrales son una complicación devastadora del cáncer”, ha indicado en una conferencia de prensa Priscilla Brastianos, directora del programa de metástasis cerebrales en el MGH y primera firmante del trabajo, publicado en la revista Cancer Discovery. Al menos el 10% de los pacientes con cáncer desarrolla una metástasis cerebral y apenas hay tratamientos eficaces, por lo que su esperanza de vida suele reducirse drásticamente.
“Incluso cuando el tratamiento consigue controlar el tumor en el resto del cuerpo, las metástasis cerebrales generalmente siguen creciendo rápidamente”, señala Brastianos.
Un nuevo trabajo ha analizado las características genéticas de casi un centenar de metástasis cerebrales. (Foto: Fotolia)
Una de las hipótesis que tratan de explicar esta diferente respuesta sostiene que el problema está en la llegada de los fármacos al cerebro, muchos de los cuales apenas pueden atravesar la llamada barrera hematoencefálica, un mecanismo de protección contra posibles tóxicos con el que los vasos sanguíneos salvaguardan a las células cerebrales. “Pero esa hipótesis es muy controvertida”, sostiene Brastianos.
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