Por: JESSICA BIGIO /// CIUDAD DE MÉXICO (Expansión).
Frank Stangenberg pertenece a la onceava generación de Merck, la farmacéutica alemana que controla su familia desde 1668. Es el presidente del comité ejecutivo de E. Merck KG, la matriz del grupo y, con algo de suerte y mucha preparación, algún hijo suyo o de sus primos seguirá sus pasos. Cuenta que una antigua ley alemana se encargó de que la empresa pasara de generación en generación los primeros años: “para ser dueño de una farmacia tenías que ser farmacéutico y manejarla personalmente”, dice. “Siempre uno de los hijos tenía que atender el negocio para no perderlo”.
Hoy, Merck asume otro tipo de retos. La familia propietaria, de 240 integrantes, tiene en sus manos un negocio que emplea a 50,000 personas en 66 países. Para que los intereses familiares no interfieran con los de la empresa, tuvieron que poner reglas. Una constitución familiar en forma de libro reúne cada una de ellas.
Quizá la más estricta es que no basta con ser del clan para trabajar en Merck, el puesto hay que ganárselo. Stangenberg y su primo Johannes Baillou, presidente del consejo supervisor de Merck, son los únicos familiares empleados en el corporativo.
“Si un miembro de la familia no tiene la capacidad de establecer una comunicación de alto nivel con los otros directivos, no puede estar aquí”, advierte Stangenberg. “No podemos arriesgar esos puestos”. Pero mantener la farmacéutica en manos de la familia es una prioridad.
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