La segunda Neoplasia Hematológica más frecuente asiste a una revolución terapéutica aunque, por el momento, es en la mayoría de los casos incurable.
12 diciembre, 2017 /// Ainhoa Iriberri .
En 1844, un "respetable" hombre de negocios de Reíno Unido, Thomas Alexander McBean, sintió que algo se rompía dentro de su pecho. Sus médicos decidieron enyesarle y recomendarle un tratamiento con sanguijuelas y su dolor desapareció, pero cambió a una debilidad intensa durante dos o tres meses, el tiempo que las molestias tardaron en regresar.
La medicina de la época no escatimó en intentos por curarle: a McBean se le aplicaron, entre otros remedios, polvos de Dover -unas píldoras que contenían opio-, julepe y tinte de alcanfor y acetato de amoniaco. También hierro y quinina, que llevaron a una rápida mejoría de su estado de salud. Sin embargo, a los pocos meses, volvió el dolor y el hombre fue a visitar al prestigioso médico escocés William Macintyre. Él tuvo la idea de hacerle un análisis de orina y llevársela a otro conocido patólogo, que descubrió niveles muy elevados de una proteína, que se correspondían con un reblandecimiento de los huesos.
Tanto Macintyre como McBean pasaron a la historia; el primero, como el médico que describió el primer caso de mieloma múltiple, el segundo cáncer de la sangre más frecuente sólo por detrás de los linfomas. El hombre de negocios, que falleció en enero de 1945, es reconocido en los libros de medicina como la primera víctima de la enfermedad.
Recuerda esta anécdota el director médico de la Clínica Universidad de Navarra, Jesús San Miguel, que se encuentra en el congreso anual de la Sociedad Estadounidense de Hematología, que se celebra estos días en Atlanta (EEUU), donde 172 años después se están presentando numerosos trabajos sobre posibles tratamientos para el mieloma múltiple.
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