En los años setenta, los científicos comenzaron a revelar la verdadera cara del cáncer. Entonces se descubrió que muchos tumores surgen por fallos genéticos dentro de células normales y Harold Varmus, uno de los líderes de aquella revolución, describió la enfermedad como una versión deformada de nosotros mismos. Desde entonces, la investigación ha desvelado una enfermedad tremendamente diversa y con una capacidad de adaptación temible. La victoria total en la guerra contra el cáncer lanzada en aquellos años parecía imposible.
Pero el estudio sobre estas enfermedades no solo produjo un conocimiento abrumador. La información molecular sobre los tumores permitió el diseño de los primeros fármacos teledirigidos. Frente a la quimioterapia, que ataca a todas las células para dañar también a las cancerosas, se comenzaron a crear fármacos para mutaciones específicas detrás de tipos concretos de cáncer. Junto a estos nuevos medicamentos, aparecieron también los test diagnósticos que permitían saber si el paciente tenía una mutación específica que le haría responder bien a ese tratamiento.
La semana pasada, en Boston, en un viaje al que EL PAÍS fue invitado por Roche, varios responsables de la empresa Foundation Medicine se mostraban convencidos de encontrarse en el centro de otra revolución. Las mejoras y el abaratamiento de las técnicas de secuenciación, la aparición de nuevos tratamientos para mutaciones específicas y el incremento en la capacidad de gestión de datos ofrece la oportunidad de utilizar la ingente información acumulada para combatir mejor el cáncer.
El precio del examen es de algo más de 5.000 dólares. Faltan pruebas concluyentes de cómo beneficia a los pacientes .
Garret Hampton, vicepresidente de la sección de desarrollo de biomarcadores de Roche, la farmacéutica que compró en 2015 el 56% de Foundation Medicine y la principal productora de medicamentos contra el cáncer del mundo, recordaba cómo ahora se sabe que aunque el cáncer de dos personas tenga el mismo aspecto bajo el microscopio pueden ser muy distintos desde el punto de vista molecular. Este nuevo enfoque hace que, cada vez más, el cáncer se afronte como una enfermedad que depende de unos errores genéticos más que una dolencia asociada a un órgano. De esta manera, se podría aprovechar un fármaco empleado contra una mutación que afecta al cáncer de mama para tratar un cáncer gástrico en el que también se encuentre ese mismo cambio genético. Un ejemplo es el trastuzumab, una molécula aprobada en 1998 para tratar los tumores de mama con el gen HER2 sobreexpresado, a la que doce años después se dio el visto bueno para tratar el cáncer gástrico.
La revolución a la que se refieren los responsables de Foundation Medicine es un paso más en el tratamiento personalizado del cáncer. En lugar de buscar las mutaciones más probables para un tipo de cáncer, como se suele hacer ahora, tienen capacidad para escarbar entre 315 genes relacionados con el desarrollo del cáncer. Vincent Miller, jefe médico de la empresa, explica que de esta manera “el test es agnóstico”, porque no requiere que los oncólogos hagan una apuesta por qué tipo de mutaciones creen que pueden encontrar. Además, permite obtener mucha más información a partir de las biopsias de los pacientes, muestras del cáncer escasas y difíciles de obtener.
Una vez identificadas las mutaciones, la información se cruza con la que tienen en su base de datos de cerca de 100.000 pacientes. Así tratan de aprender qué funcionó en otras ocasiones, casos raros incluidos, para diseñar la mejor combinación de fármacos para la combinación de mutaciones del paciente. Este sistema tiene su versión para tumores sólidos y hematológicos, e incluye la biopsia líquida, una forma de detectar algunos tipos de cáncer a través del ADN que estos sueltan al torrente sanguíneo
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