Emilio de Benito Madrid 22 JUN 2015 - 19:45 CEST
La huella epigenética (los semáforos que hacen que un gen se active o no) de los cánceres secundarios sirve para identificar su origen. Esta es la última aplicación del estudio de los marcadores que hacen que un gen se exprese o se inhiba (la epigenética) que, como destaca su investigador Manel Esteller, director del programa de Epigenética y Biología del Cáncer del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL), "ya tiene una aplicación práctica". "En 2012 encontramos un dispositivo que detectaba las metilaciones [la principal marca del epigenoma] en muchos sitios, y ya tenemos su desarrollo comercial", añade Esteller.
La base del desarrollo es que "cada cáncer tiene un patrón de metilación distinto", explica el investigador. Con el dispositivo se identifican estas huellas epigenéticas, y se "compara con las 10.000 fotos de tumores humanos que tenemos", añade. Estas radiografías corresponden a los 40 cánceres más frecuentes, "de la cabeza a los pies". Con ello se pretende solucionar un problema: "Los tumores de origen desconocido son uno de los 10 más frecuentes", señala Esteller. "Debutan ya con metástasis, y el oncólogo se encuentra con un tumor en ganglios, costillas o piel que no encajan con ese tejido". En estos casos es fundamental saber cuál es el cáncer primario porque es el que corre más prisa tratar. "En general estos tumores tienen muy mal pronóstico porque se diagnostican tarde; muchos pacientes mueren a los seis meses. Son situaciones típicas en cáncer de pulmón y de páncreas", afirma.
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