El presidente de Zeltia advertía hace pocos días, y con toda razón, que el futuro de la investigación farmacéutica y, por tanto, la llegada de nuevos y necesarios medicamentos, está seriamente amenazado.
A mí me parece muy bien, y como tal hay que aceptarlo, que en una época como la que estamos viviendo de crisis económica brutal los gobernantes traten de hacer recortes para equilibrar la balanza de sus despilfarros, pero mire usted por donde, esta pandilla de inútiles ha empezado a recortar por donde menos favores pueden hacerle a la ciudadanía que ingenuamente les otorgó su confianza.
Dentro de diez o quince años los fármacos contra el cáncer, el Alzheimer, la cardiopatía isquémica, la diabetes, la hipertensión arterial y otras muchas enfermedades mortales serán desgraciadamente los mismos que hoy tenemos y que distan mucho de poseer la eficacia que todos desearíamos.
Un fármaco que llega a las oficinas de farmacia ha pasado antes por no menos de doce o quince años de investigación básica y clínica lo que le habrá supuesto al laboratorio investigador no menos de mil millones de dólares. Pero ahí no acaba la cosa, porque cuando el medicamento está disponible para ser puesto a disposición de médicos y pacientes, la mastodóntica burocracia estatal, entre dimes y diretes, lo puede retener todavía otros cuatro o cinco años más con el enorme coste adicional que eso representa para el laboratorio investigador.
La industria farmacéutica se queja hoy en día, y con razón, de los actuales y arbitrarios recortes. Sus cuentas de resultados están sufriendo la cicatería de unos gobiernos que no quieren pagar la sanidad y menos aún invertir en I+D. Y así no hay manera. Prefieren potenciar la venta de genéricos (¡ojo con los genéricos que no es oro todo lo que reluce!) y con ello restar los necesarios beneficios que esa industria necesita para destinar una parte importante de sus beneficios a investigar nuevas moléculas.
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